domingo, 5 de diciembre de 2021

AZUL

 Teo sigue en el hospital. El tiempo se le agota y necesitamos con urgencia un corazón compatible para traspantarle. Si él me dejara le conseguiría uno esta misma noche. Pero Teo no quiere salvar su vida a costa de la de otro. Es en lo único en lo que no estamos de acuerdo. Verle ojeroso, agotado y rodeado de máquinas y tubos es demoledor. 

No es lo único que me preocupa.

Como cada año, los trabajadores del hospital tenemos que hacernos una revisión médica. Siempre la paso a duras penas, lo peor: las analíticas. El año pasado no me quedó otra que cargarme al jefe de laboratorio y sinceramente espero no tener que hacer lo mismo éste. Tengo miedo de tener que alejarme de Teo. 

Para que mi análisis de sangre no levante sospechas, me bebo a escondidas en el baño un par de bolsas de cero positivo que he robado antes en el mismo hospital. Bebo con gula, con glotonería diría yo. Es sangre de primerísima calidad, me achispa, me ponde contenta. Silbando por los pasillos del Severo Ochoa voy al analista, dentro de poco me volverán los colores y aunque el hospital no tiene ningún encanto, estoy deseando dejar de ver todo en gris, aunque sólo sea por unos minutos. 

Entro sin llamar, el analista está absorto viendo la tele: un programa estúpido haciendo una entrevista amable a Basago Santa Lic, el líder del nuevo partido nazi. El presentador, un tonto útil que aspira a ser un vampiro de los nuestros, hace que Santa Lic parezca un político honrado y amable. Nada más lejos de la realidad. Santa Lic ya tiene fecha para ser convertido y de hecho estoy invitada a la ceremonia. A partir de ahí su carrera política, en los dos mundos, subirá como la espuma.

Toso. El analista en su bata blanca se da la vuelta. Se disculpa por no haber notado mi entrada, extiende la mano, "Rafa", me dice presentándose con una sonrisa. No es alto, ni bajo, ni gordo, más bien delgado, uno más entre un millón... ¿o tal vez no?.Estrecho su mano y me empiezan a volver los colores. O mejor dicho, un color, uno sólo: el azul. El azul de los ojos de Rafa. Los ojos de Rafa son el  cielo de Madrid en primavera, el  mar que se encuentra con el horizonte en una mañana de verano, el envoltorio de un caramelo. Un azul profundo, brillante y lleno de vida. Todo lo que nos rodea lo veo gris menos sus ojos que se me vuelven dos faros irisados en mitad de un mundo de ceniza.

...y entonces pasa algo más...

es pequeña, una sensación chiquita, apenas perceptible que noto en el pecho. Mi corazón parado que acaba de recibir sangre, mi corazón parado que se está bañando en los ojos azules de Rafa quiere arrancar. 

Como una olla express que empieza a girar la pesa.

Como una vieja caldera en desuso.

Como el motor de un coche antiguo.

Rafa el analista ve mi cara seria, y mirando la tele me dice:

- La verdad que da miedo , sí.

Le doy la razón, tengo miedo, pero no de Santa Lic, sino de él, de sus ojos azules que sin saber por qué casi me ponen el corazón en marcha.

Asustada huyo sin hacerme la analítica. 



viernes, 22 de octubre de 2021

SALIDA DE MISA DE DOCE

¿Cómo no me di cuenta?  Debía de haber estado siguiéndome durante días. A veces lo notaba. Una mirada a lo lejos, la sensación de saberme observada, un aliento frío en la nuca...pero nunca me pude imaginar...

Estaba ocupada preparando mi boda. Sola en Zaragoza, una ciudad extraña, confiando en la amabilidad de mi futura familia política, un puñado de feriantes que apenas tuvieron tiempo de conocerme.

¿Qué habrán pensado todos estos años de mí?

Eduardo se había ido a París con todos nuestros ahorros (más míos que suyos) a comprar un aparato Lumiere. Decía que éso era el futuro, que nos haríamos ricos, que volvería a tiempo para la boda. Nos besamos en medio de la calle, entre planes y promesas. El feliz, ilusionado. Yo rara, con un nudo en el estómago, con un presintimiento feo que en el último momento me hizo suplicarle que no se fuera. Ahora a éso le llaman sexto sentido, en el siglo diecinueve eran debilidades típicas del sexo femenino.  

Nos besamos.

Por última vez. 

Eduardo cumplió su promesa. De París trajo, esta vez sí, el carísimo aparato Lumiere con el que tanto había soñado y del que tanto me hablaba. En el tren de regreso entabló amistad con un tal Orlok, un conde extranjero dedicado al negocio inmobiliario. Un tipo extraño, poco hablador y de aspecto pálido y enfermizo. 

Eduardo le habló de nosotros, de nuestros planes de futuro, incluso le llegó a enseñar una fotografía mía. 

Eduardo bajo del tren y fue directo a la iglesia,  más de una hora  de retraso, todavía cargado con el aparato Lumiere. Lo dejó montado en la puerta al cuidado de su padre. "Graba cuando salgamos", le dijo. Yo estaba en el altar esperando, aguantando los nervios, el enfado, el llanto como podía. Le pedí al cura permiso para salir a tomar el aire. Cuando yo salía, Eduardo entraba, ¡estuvimos tan cerca!...unos pasos y nos hubiéramos visto, pero ya mareada miraba al suelo y había tanta gente...

Durante  más de un siglo creí que Eduardo me había dejado plantada en el altar, que nunca había vuelto de París.

Salí de mi error ciento diez años después , una tarde en la filmoteca  nacional cuando vi ésto:

https://www.youtube.com/watch?v=2l48m4Um66o

Entre la multitud se nos ve a Eduardo y a mí buscándonos sin vernos. 

Sentada en la oscuridad de la sala, supe , ciento diez años después, que no fuí una novia abandonada en el altar. Al terminar la proyección se encendieron las luces y tuve que salir corriendo. Estaba llorando lágrimas de sangre (literal) y me estaba poniendo la blusa perdida.