viernes, 31 de enero de 2020

FURTIVA


Genaro  y yo estamos sentados al borde de la cama, uno al lado del otro, una parejita en un banco de un parque cualquiera. Genaro sostiene su ropa encima del regazo con un mano, con la otra se agarra a la barra que porta el suero.

- ...es que no lo entiendo Genaro,  rajarle el cuello a un animal que daría la vida por tí... ni yo sería capaz de algo así...pero si hasta les cortáis los dedos para que corran más rápido. Luego la bruta soy yo...bueno, venga, a vestirse. - le animo con un par de palmaditas en la pierna.

- No creo yo que sean horas.... ya si eso, cuando me den el alta,  nos vamos pal pueblo....

Le remango la manga del pijama y le arranco de cuajo la palomilla de la vena.

- Ea, el alta, ya la tienes.

Genaro se me pone chulo, se levanta, se me encara, hace amago de ir a darme un bofetón. Una cosa patética. Le sostengo la mano en el aire, de pié los dos, el furtivo no me llega ni a la barbilla. Me mira a la cara amenazante, como si este gesto le hubiera funcionado otras veces, como si  un golpe  y una mirada hubieran sido suficientes para que se hiciese su voluntad. Presiono su muñeca y el dolor le hace sentarse, debajo de mis dedos noto como le he hundido dos huesos carpianos.

- Aaaayyy - se queja- ¡Voy a poneh un queha al hospital!, ¡ar paro ti voy a mandah zorra!

Le doy una colleja tremenda con la palma de la mano en mitad de la nuca. El imbécil me saca de quicio pero me tengo que calmar, no puedo perder los papeles, ésto me tiene que durar hasta el amanecer y aún quedan varias horas.  Lo tengo todo pensado, cuando termine tengo que ir a ver a Teo, será mi coartada. Me duele usarle así, pero hoy estoy teniendo  un día...no puedo seguir improvisando.

- Regla número uno: aquí solo hablo yo.

- ¡Tas loca, hija de p..

Otro palmetazo en medio de la boca. Un zas, rápido, como si tuviera un mosquito invisible entre la nariz y el labio.

- Regla número dos: si no obedeces, cobras.

- ¡Cago en tus muertos! - Genaro hace amago de levantarse. Se cree rápido, se cree fuerte, pero no es nada. Con la bata del hospital y el culo al aire, descalzo, sin escopeta ni amigotes, el furtivo no es más que un montón de mierda que habla.  Le agarro de la nuca, para que empiece a entender, le clavo las uñas en el cuello, se las hundo, (siento la carne romperse a su paso), tiro hacia abajo, el dolor le obliga, una vez más, a sentarse.

- Vístete.

Saco mis uñas de su cuello, ya con la ropa puesta hace amago de alcanzar sus botas de debajo de la cama.

-  No. - le digo

- ¿No?, Er suelo ta mu frío, me voy a cog...

Le cae, en medio de la boca, otro palmetazo matamosquitos.

- ¿Regla número uno? - le recuerdo - Ahora vamos a salir de aquí despacito y en silencio, sin llamar la atención,  tenemos que ir al almacén. ¿Tienes buena memoria?

El furtivo asiente.

- Pues hazte una nota mental, necesito:  bisturí,  alicates, alcohol, un mechero y cinta de carrocero.  Verás qué bien.

En Genaro ya empiezo a encontrar lo que andaba buscando: la mirada huidiza, la cabeza gacha, el temblor de las piernas...aún le quedan otras cosas que experimentar pero se puede decir que Genaro empieza a sentirse  galgo.


sábado, 25 de enero de 2020

GALGO


No sé nada del paciente de la 205. No me he leído su historial, no he hablado con ningún médico de planta, ni ningún especialista, no lo necesito.  Me sobran las pruebas, los rayos x y las analíticas.  Eso lo hago yo por mi cuenta en dos minutos.

Quiero recalcar que como enfermera de paliativos me tomo mi trabajo muy en serio, soy metódica , creativa y no dejo las tareas a medias. Y sigo los protocolos al pié de la letra.

MIS protocolos.

El señor de la 205 balbucea algo en sueños, es posible que se le esté pasando el efecto de los calmantes. Le toco el hombro y le despierto. Está algo desorientado, me mira con recelo pero se le pasa al reconocer mi bata blanca.

- Ahhh, enfermera, qué bien que esté aquí. Necesito un calmante... - se señala el antebrazo - 

- ¿Puntos de sutura? - pregunto.

- Catorce -contesta orgulloso.

- ¿Trabajando? - le ofrezco con desgana un blister de Paracetamol que saco del bolsillo de la bata y un vaso de agua de encima de la mesilla.

- No, no, no, de montería...de caza....

- ¿Es usted cazador? - le pregunto curiosa. El tema me interesa, me siento a los pies de su cama.

- Sí...

- Yo también - le digo con una sonrisa de oreja a oreja.- 

El cazador me extiende la mano buena, la manga del pijama deja asomar un viejo tatuaje que le sube por el brazo. Yo le extiendo también la mía. 

- Genaro - se presenta, mientras me estrecha la mano feliz - ¡jodo, qué manos tan frías!.

- ¿Caza mayor o menor, Genaro?

Antes de contestar, registra la habitación con la mirada, como si estuviéramos rodeados de gente, y dice bajito:

- Lo que haiga, y to´l año....usted ya me entiende.

- Es usted furtivo.

Genaro asiente con la cabeza.

- Yo también 

- ¡Cago en el copón! - se alegra mi nuevo ..."amigo" - ¡la primera furtiva que conozco!

- Y ¿la herida, Genaro?

Genaro vuelve al susurro: - Ná, el galgo, que ya no me sirve pa`na, ....antes era más fácil, pero ahora con el micro-chí y eso...pos hay que quitalo ... ¿comprende?

- No sé Genaro, no sé si le comprendo.


- Tengo yo un chuchillo que llevo en la zamarra pa´stas cosas, y al ir a sacarle el chí al perro, me sa revuelto, y el mu cabrón ma tirao una tarascá que por casi me deja lisiao.


- Ya.....y ¿el perro?


-Sa salío corriendo campo través ... mu lejos no ha llegao, le salía sangre por el cuello, como a un gorrino, joputa el galgo.



- Genaro, Genaro...¿usted sabe que la caza es deporte, verdad?

- Deporte, deporte es...

- Genaro, para ser usted deportista, le sobran unos kilitos, ¿eh? - le digo palmeándole la barriga, con cierta fuerza.

A Genaro le desconcierta un pelín mi gesto de confianza.

- Vístase Genaro, que vamos a practicar deporte - le digo mientras abro el armario metálico que hay a los pies de su cama.

- ¿Cómo deporte?, ¿ónde?, ¿a estas horas?

Le tiro a la cara uno viejos pantalones de tergal, una camisa azul algo raída por los codos y un chaleco de punto.

- Vamos a jugar a galgos y furtivos, Genaro

                                                       .aquí,
                                           
                                                      en el hospital,



                                                                AHORA.







viernes, 17 de enero de 2020

HABITACIÓN 205

Ya en el Severo Ochoa y vestida de enfermera deambulo por el hospital. Aquí intento pasar desapercibida. No tengo amigos entre el personal, sólo entre mis pacientes. Total, se van a morir de todas formas.

Son casi las doce de la noche. Hago mi ronda habitual. No suelo alimentarme aquí, sería como comer pan rancio, yoghurt caducado o pescado a punto de pocharse. Aquí dentro todo es zumo en tetra-brik, fuera está el Vega Sicilia. Pero me lo paso tan bien jugando a médicos y enfermeras...

Camino por los pasillos, asomo la cabeza en alguna que otra habitación. De pronto, me llega a la nariz el olorcito a paciente recién ingresado, a herida fresca, a puntos de sutura de menos de veinticuatro horas.

Dejo que mi olfato me guíe.

Habitación 205....abro la puerta sigilosa....sí, aquí es. Hay tres camas, dos de ellas vacías, la tercera, junto a la ventana, la ocupa un hombre de unos sesenta  años, pelo muy corto, casi blanco. La sábana deja adivinar una barriga prominente. Olfateo el ambiente: urea y creatinina altas, colesterol extrañamente bajo, fumador...no, no, no....no está aquí por éso.

Me concentro, cierro los ojos, se me abren las aletas de la nariz, ahhh....el olor que me ha llegado desde el pasillo viene de una herida fresca, recién cosidita ....A positivo....del ciencuenta y ocho, año arriba, año abajo, no suelo equivocarme.

Entro y cierro la puerta detrás de mí.



Duerme como un angelito.

Pobre.



sábado, 11 de enero de 2020

DOS ENTRADAS

Madrid, quince de agosto de mil ochocientos noventa y tres,  fiestas de la Paloma.

Mi padre se ha empeñado en que caminemos, junto con otros muchos madrileños, detrás de la imagen de la Vírgen.

Me duelen los pies y me aburro.

Me lleva cogida de la mano, le pone paciencia y buen humor a mi cara enfurruñada. A mis quince años, me considero una solterona. Mis mejores amigas tienen novio, o por lo menos alguien con quien besarse a escondidas en los soportales. La mayor de mis primas tiene veinte años y ya espera su segundo hijo. Está casada con un barbero que le dobla la edad y los veranos los pasan en una pequeña finca en Cuatro Caminos. Y yo me muero de envidia.

Mi padre dice que no tenga prisa, que lo bueno se hace esperar, como le paso a él con mi madre. Siempre que mi padre habla de mi madre, añade "que en gloria esté" y se persigna. Cuando habla de mi madrastra también se persigna, pero creo que por razones bien distintas. Yo la detesto en silencio. Siempre lleva puesto en la cara un gesto de desagrado, como si un constante olor a mierda la llegara a la nariz.

Aparte de mi  desgana, me he portado razonablemente bien caminando detrás de la estampita, (ya por entonces, me acompañaba un ateísmo beligerante), así que al terminar la procesión, mi padre me lleva a la feria instalada en la Plaza de la Cebada. Allí vendedores ambulantes y feriantes llegados de toda España han montada diferentes templetes, tiendas de campaña y barracas. Una de ellas anuncia figuras de cera y una colección de los más increíbles aparatos de efectos ópticos traídos de Francia. Curioso como es, mi padre no puede resistir la tentación y compra dos entradas. Dos entradas que le vende un hombre joven, más bien un crío, vestido con un traje que le queda grande y un bombín de paño negro, brillante por el uso.

El muchacho se llama Eduardo y yo aún conservo las dos entradas.





viernes, 3 de enero de 2020

MADRID

Nací en mil  ochocientos setenta y ocho, en un Madrid que ya no existe. Un Madrid más duro, pero también más inocente, donde la palabra dada contaba tanto como la firma de un documento, donde a los padres se les hablaba de usted y las promesas de amor se cumplían. O por lo menos eso creí.

Aquí nos conocimos.

Aquí nos enamoramos.

Aquí estuve a punto de matarle varias veces. De convertirle en ...esta cosa que soy, esta muerta en vida, este vivir sin fin y sin consecuencias. A punto estuve de condenarle a esta soledad salvaje y apátrida.

Y sin embargo me conformé con espiarle, seguirle, protegerle. Sentada a los pies de su cama, vigilaba su sueño. Lo que él creía que eran un montón de ideas brillantes que le venían mientras dormía, no eran otra cosa que mis labios en su oído. Le susurraba inventos,  avances tecnológicos, ideas, información que supo aprovechar para convertir su vida de feriante de pueblo, en la de un hombre que pasó a la Historia.

Tanto le quise que le dejé enamorarse de nuevo. La noche antes de su boda, mientras él dormía plácidamente, planché su traje de novio, el mismo traje que mandó hacer para nuestra boda. A media que su camisa quedaba lisa, se me fue arrugando el corazón.


Bajo la protección de la sombra frondosa de unos árboles, vi al amor de mi vida salir de la Iglesia de los Jerónimos, casado con otra.

Se llamaba Eduardo. Mi nombre ya no importa.