viernes, 22 de octubre de 2021

SALIDA DE MISA DE DOCE

¿Cómo no me di cuenta?  Debía de haber estado siguiéndome durante días. A veces lo notaba. Una mirada a lo lejos, la sensación de saberme observada, un aliento frío en la nuca...pero nunca me pude imaginar...

Estaba ocupada preparando mi boda. Sola en Zaragoza, una ciudad extraña, confiando en la amabilidad de mi futura familia política, un puñado de feriantes que apenas tuvieron tiempo de conocerme.

¿Qué habrán pensado todos estos años de mí?

Eduardo se había ido a París con todos nuestros ahorros (más míos que suyos) a comprar un aparato Lumiere. Decía que éso era el futuro, que nos haríamos ricos, que volvería a tiempo para la boda. Nos besamos en medio de la calle, entre planes y promesas. El feliz, ilusionado. Yo rara, con un nudo en el estómago, con un presintimiento feo que en el último momento me hizo suplicarle que no se fuera. Ahora a éso le llaman sexto sentido, en el siglo diecinueve eran debilidades típicas del sexo femenino.  

Nos besamos.

Por última vez. 

Eduardo cumplió su promesa. De París trajo, esta vez sí, el carísimo aparato Lumiere con el que tanto había soñado y del que tanto me hablaba. En el tren de regreso entabló amistad con un tal Orlok, un conde extranjero dedicado al negocio inmobiliario. Un tipo extraño, poco hablador y de aspecto pálido y enfermizo. 

Eduardo le habló de nosotros, de nuestros planes de futuro, incluso le llegó a enseñar una fotografía mía. 

Eduardo bajo del tren y fue directo a la iglesia,  más de una hora  de retraso, todavía cargado con el aparato Lumiere. Lo dejó montado en la puerta al cuidado de su padre. "Graba cuando salgamos", le dijo. Yo estaba en el altar esperando, aguantando los nervios, el enfado, el llanto como podía. Le pedí al cura permiso para salir a tomar el aire. Cuando yo salía, Eduardo entraba, ¡estuvimos tan cerca!...unos pasos y nos hubiéramos visto, pero ya mareada miraba al suelo y había tanta gente...

Durante  más de un siglo creí que Eduardo me había dejado plantada en el altar, que nunca había vuelto de París.

Salí de mi error ciento diez años después , una tarde en la filmoteca  nacional cuando vi ésto:

https://www.youtube.com/watch?v=2l48m4Um66o

Entre la multitud se nos ve a Eduardo y a mí buscándonos sin vernos. 

Sentada en la oscuridad de la sala, supe , ciento diez años después, que no fuí una novia abandonada en el altar. Al terminar la proyección se encendieron las luces y tuve que salir corriendo. Estaba llorando lágrimas de sangre (literal) y me estaba poniendo la blusa perdida.