domingo, 5 de diciembre de 2021

AZUL

 Teo sigue en el hospital. El tiempo se le agota y necesitamos con urgencia un corazón compatible para traspantarle. Si él me dejara le conseguiría uno esta misma noche. Pero Teo no quiere salvar su vida a costa de la de otro. Es en lo único en lo que no estamos de acuerdo. Verle ojeroso, agotado y rodeado de máquinas y tubos es demoledor. 

No es lo único que me preocupa.

Como cada año, los trabajadores del hospital tenemos que hacernos una revisión médica. Siempre la paso a duras penas, lo peor: las analíticas. El año pasado no me quedó otra que cargarme al jefe de laboratorio y sinceramente espero no tener que hacer lo mismo éste. Tengo miedo de tener que alejarme de Teo. 

Para que mi análisis de sangre no levante sospechas, me bebo a escondidas en el baño un par de bolsas de cero positivo que he robado antes en el mismo hospital. Bebo con gula, con glotonería diría yo. Es sangre de primerísima calidad, me achispa, me ponde contenta. Silbando por los pasillos del Severo Ochoa voy al analista, dentro de poco me volverán los colores y aunque el hospital no tiene ningún encanto, estoy deseando dejar de ver todo en gris, aunque sólo sea por unos minutos. 

Entro sin llamar, el analista está absorto viendo la tele: un programa estúpido haciendo una entrevista amable a Basago Santa Lic, el líder del nuevo partido nazi. El presentador, un tonto útil que aspira a ser un vampiro de los nuestros, hace que Santa Lic parezca un político honrado y amable. Nada más lejos de la realidad. Santa Lic ya tiene fecha para ser convertido y de hecho estoy invitada a la ceremonia. A partir de ahí su carrera política, en los dos mundos, subirá como la espuma.

Toso. El analista en su bata blanca se da la vuelta. Se disculpa por no haber notado mi entrada, extiende la mano, "Rafa", me dice presentándose con una sonrisa. No es alto, ni bajo, ni gordo, más bien delgado, uno más entre un millón... ¿o tal vez no?.Estrecho su mano y me empiezan a volver los colores. O mejor dicho, un color, uno sólo: el azul. El azul de los ojos de Rafa. Los ojos de Rafa son el  cielo de Madrid en primavera, el  mar que se encuentra con el horizonte en una mañana de verano, el envoltorio de un caramelo. Un azul profundo, brillante y lleno de vida. Todo lo que nos rodea lo veo gris menos sus ojos que se me vuelven dos faros irisados en mitad de un mundo de ceniza.

...y entonces pasa algo más...

es pequeña, una sensación chiquita, apenas perceptible que noto en el pecho. Mi corazón parado que acaba de recibir sangre, mi corazón parado que se está bañando en los ojos azules de Rafa quiere arrancar. 

Como una olla express que empieza a girar la pesa.

Como una vieja caldera en desuso.

Como el motor de un coche antiguo.

Rafa el analista ve mi cara seria, y mirando la tele me dice:

- La verdad que da miedo , sí.

Le doy la razón, tengo miedo, pero no de Santa Lic, sino de él, de sus ojos azules que sin saber por qué casi me ponen el corazón en marcha.

Asustada huyo sin hacerme la analítica. 



viernes, 22 de octubre de 2021

SALIDA DE MISA DE DOCE

¿Cómo no me di cuenta?  Debía de haber estado siguiéndome durante días. A veces lo notaba. Una mirada a lo lejos, la sensación de saberme observada, un aliento frío en la nuca...pero nunca me pude imaginar...

Estaba ocupada preparando mi boda. Sola en Zaragoza, una ciudad extraña, confiando en la amabilidad de mi futura familia política, un puñado de feriantes que apenas tuvieron tiempo de conocerme.

¿Qué habrán pensado todos estos años de mí?

Eduardo se había ido a París con todos nuestros ahorros (más míos que suyos) a comprar un aparato Lumiere. Decía que éso era el futuro, que nos haríamos ricos, que volvería a tiempo para la boda. Nos besamos en medio de la calle, entre planes y promesas. El feliz, ilusionado. Yo rara, con un nudo en el estómago, con un presintimiento feo que en el último momento me hizo suplicarle que no se fuera. Ahora a éso le llaman sexto sentido, en el siglo diecinueve eran debilidades típicas del sexo femenino.  

Nos besamos.

Por última vez. 

Eduardo cumplió su promesa. De París trajo, esta vez sí, el carísimo aparato Lumiere con el que tanto había soñado y del que tanto me hablaba. En el tren de regreso entabló amistad con un tal Orlok, un conde extranjero dedicado al negocio inmobiliario. Un tipo extraño, poco hablador y de aspecto pálido y enfermizo. 

Eduardo le habló de nosotros, de nuestros planes de futuro, incluso le llegó a enseñar una fotografía mía. 

Eduardo bajo del tren y fue directo a la iglesia,  más de una hora  de retraso, todavía cargado con el aparato Lumiere. Lo dejó montado en la puerta al cuidado de su padre. "Graba cuando salgamos", le dijo. Yo estaba en el altar esperando, aguantando los nervios, el enfado, el llanto como podía. Le pedí al cura permiso para salir a tomar el aire. Cuando yo salía, Eduardo entraba, ¡estuvimos tan cerca!...unos pasos y nos hubiéramos visto, pero ya mareada miraba al suelo y había tanta gente...

Durante  más de un siglo creí que Eduardo me había dejado plantada en el altar, que nunca había vuelto de París.

Salí de mi error ciento diez años después , una tarde en la filmoteca  nacional cuando vi ésto:

https://www.youtube.com/watch?v=2l48m4Um66o

Entre la multitud se nos ve a Eduardo y a mí buscándonos sin vernos. 

Sentada en la oscuridad de la sala, supe , ciento diez años después, que no fuí una novia abandonada en el altar. Al terminar la proyección se encendieron las luces y tuve que salir corriendo. Estaba llorando lágrimas de sangre (literal) y me estaba poniendo la blusa perdida. 



miércoles, 8 de abril de 2020

SALLY


Madrid, quince de agosto de mil ochocientos noventa y tres, fiestas de La Paloma.


Eduardo tiene diecisiete años y a pesar de su juventud es ya  un feriante experimentado. Locuaz y ocurrente tiene un comentario simpático para todo el que entra a su puesto de feria. Mientras atiende a los curiosos,  me mira. Me mira todo el rato y a mí me gusta esa pelusa encima del labio superior. Me gustan esos ojos grandes que se comen el mundo, y que es alto. Y  que me mira, éso es lo que más me gusta de todo.

Mi padre, mientras, recorre la carpa fascinado. Se detiene delante de las figuras de cera, les pasa la mano por delante de los ojos, esperando una reacción, un pestañeo. Aunque disimulo, a mí  me dan miedo. Pálidas, rígidas, casi humanas pero sin corazón, hoy las recuerdo como  una especie de premonición de lo que llegaré a ser algún día.

- Es la última vez que las traemos - nos dice un hombre de vestimenta peculiar - ésto ya no vende.

Pantalón, chaqueta y chaleco de terciopelo granate, el hombre se presenta como Eduardo Jimeno Peromarta. Estrecha la mano de mi padre, a mí me dedica un pequeño gesto. 

-  Antes todo el mundo quería ver las figuras pero cada vez interesan menos. Me da pena tirarlas por ahí, son casi como de la familia, ¿saben?. Mi mujer les hace los trajes. Se ha quedado en casa, en Zaragoza, de recién casados íbamos juntos a todas partes pero ahora...usted ya me entiende - le dice a mi padre.-

Mientras habla nos conduce a una zona aparte dentro de la carpa. Es un pequeño recinto separado del principal por una gran cortina del mismo terciopela granate que su traje. En seguida comprendo que la vida de los Jimeno es mucho más precaria de lo que pueda parecer a simple vista.

- Ésto es el futuro - dice dándonos paso..

Delante de nosotros, repartidos por la sala, una variedad de artefactos de distintos tamaños y formas que reconozco de inmediato. Los he visto en los periódicos y revistas que mi padre se hace llegar de Inglaterra y Francia: cajas ópticas, una linterna mágica, hasta un fusil fotográfico. Y la maravilla de las maravillas, un invento que aún tardaría en patentarse algo más de un año: el kinetoscopio.

-  ¿Puedo? - pregunto con entusiasmo

- Adelante  -

Acaricio el mueble, he visto ilustraciones  en la revista Blanco y Negro,  sé lo que es, para qué sirve. Me asomo al visor de la parte superior y ahí está,  trotando al galope, la yegua Sally. Veinte segundos de película.




Son los primeros pasos del cine.

El amor de mi vida se llamaba Eduardo Jimeno Correas, es el hijo de este Eduardo de traje de terciopelo. Años más tarde, irán a Lyon a comprar un cámara a los hermanos Lumiere. Una cámara que compran con el dinero que he ahorrado a lo largo de mi vida. Una cámara con la que pasarán a la historia del cine.

miércoles, 18 de marzo de 2020

ESTHER



No sé cuantos días seguidos he dormido, ni la hora qué es. Matar cansa.

Iba a desayunarme un termo de A negativo cuando han llamado a la puerta. Por la mirilla veo una mujer más bien bajita, pelirroja, gafas de pasta, muy seria. Sabe que estoy mirando y del bolsillo trasero de su pantalón saca una placa de la policía nacional que  muestra frente a la puerta. No me queda otra que abrir.

- Buenos días, ¿le pued....

La policía secreta no espera mi respuesta y se me cuela hasta el salón. Lo inspecciona todo con la mirada: mi cuadro de Picasso, las fotos antiguas,  su mirada se posa en el termo encima de la mesa. 

- ¿Me invitas a desayunar? - 

- Qué remedio, Esther, qué remedio  - le digo cerrando la puerta.

De la cocina le traigo otro termo, de cero positivo, que se que le encanta. Le llevo éso y unas galletas María Fontaneda, por gastarle una broma. y romper el hielo.

- Déjate de galletas que vengo de visita oficial. Enciende la tele.

Obedezco y en todos los canales veo lo mismo: cuatro ministros muy serios y detrás unos señores militares más serios todavía. 

- ¿Ha pasado algo? - estaba esperando que de una manera u otra hablasen de mí.  Han tenido que encontrar los cuerpos de Jessi/Hortensia y compañía pero... lo que veo es una comparecencia de ministros. De los cuatro que están, tres son de los nuestros.  ¿Qué ha pasado en este país durante mis días de siesta?

- Covid -19,  Coronavirus - me cuenta Esther - Antes se nos ocurrían nombres más bonitos: viruela, cólera, gripe española...

- Sida...

- No, no, lo del Sida no fue cosa nuestra. Vino a vernos el Cardenal Ratzinger pidiendo un virus para eliminar a los gays y la idea no nos gustó nada, ...lo sabes de sobra, te lo he contado mil veces. No me distraigas.

- ¿Ésto lo hemos montado nosotros?


-Mitad nosotros, mitad ellos.  Nos beneficia a las dos partes. - Esther le da un sorbo al termo y se relame unos colmillos blancos , perfectos - riquísima esta sangre...qué bien te cuidas, hija.

Seguimos escuchando la comparecencia, a la señora ministra le asoma la petaca por el bolsillo de la chaqueta. Esther también se ha dado cuenta.

- Esta mujer....de donde no hay....

- Aún no me has dicho a que has venido.

- Vamos a aprovechar este jaleo para destruir pruebas de que existimos. En el CNI están trabajando a marchas forzadas eliminando expedientes, evidencias, testimonios...muchos de los contagiados son gente corriente que sabe demasiado. Algunos de los nuestros se han ido de la lengua. ¿No le habrás dicho a nadie, algún amigo...?

Pienso en Teo.

- No digas tonterías, no tengo amigos y lo sabes.

- Tenías tres amigas que has dejado secas en un cuarto de baño del Barrio de las Letras. - me reprocha Esther.

- Esas no contaban como amigas, me hicieron perder los papeles y ...

- Y te fuiste sin limpiar. Sabes que tenemos un grupo de wasap para estos casos.

- No me acostumbro a las nuevas tecnologías.

Se hace el silencio entre nosotras. Esther se relame los colmillos. La miro apurando el último sorbito del termo y recuerdo cuando nos conocimos en Paris, una noche de juerga con Picasso, que entonces era un pipiolo.

- Tienes que parar. Tienes termos para tirar una temporada, y si necesitas algo lo pides. No salgas a la calle, no levantes sospechas.

- Pues entonces, debería estar en el hospital.

- Ya no. Hemos "trasladado" tu expediente.  No figuras en ninguna parte, no hay registros tuyos en ningún sitio. No existes. Te estamos dando la oportunidad de empezar de cero. 

- ¿Y las cámaras de seguridad?

-No queda nada.

-A los humanos, ¿de qué les sirve todo éste jaleo?

- Lo mismo de siempre, hija. Los ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, sobreviviendo con menos y encima dando gracias, ya sabes.

Nos quedamos mudas frente al televisor. El silencio fácil de los que se conocen tanto que no necesitan hablar.

 - ¿Sigues viendo todo gris?

- En cuanto se me pase el efecto del termo....¿a tí te sigue bajando la regla?

- Cada veintiocho días. No lo entiendo. Es peor que lo tuyo, ya me dirás.

Esther me mira con esos ojos de niña chica, niña mala que se le ponen a veces.

- ¿Me dejas probarme el Paco Rabanne?

- ¡Claro! -

En el vestidor Esther acaricia la ropa, cierra los ojos, la huele. Descuelga el Rabanne prometido y se lo prueba. Me mira con lágrimas en los ojos.

- Echo de menos los espejos.

- Estás guapísima, te lo prometo. Anda llévatelo, te lo regalo, te queda mejor que a mí.

Me abraza impulsiva, algo que no hacemos mucho los de mi especie.

- Me tengo que ir - me dice deshaciendo el abrazo. - Al salir del vestidor sus ojos se posan en una gran bolsa transparente que cuelga de una percha. Dentro está mi vestido de novia. - ¿No vas a dejar Madrid, verdad?

- No. 

Acompaño a Esther a la puerta. Se lleva su vestido en una bolsa del papel del Primark.

- Todo ésto que está pasando, me gusta tan poco como a tí, pero nos va a venir bien, créeme. Te has librado por los pelos de la policía, aprovecha para empezar de cero, mézclate más con nosotros y menos con ellos. No tienes que trabjar, no te hace falta. Y cambia de casa.

No contesto, pienso en Teo, enfermo, más en riesgo que nunca.

- Hay algo que tengo que hacer....

- No te metas en líos

- ... y a lo mejor necesito tu ayuda, por los viejos tiempos.

- Hablando de viejos - me dice Esther ya en el ascensor - ¿sabes que Elvis anda por Madrid, no?

- ¿Qué dices?

- Si hija, sí. Lo tenemos escondido en Casa de América,  como la última vez. Está que se sube por las paredes, como no puede volver a Memphis... en fin que le hemos organizado una fiesta, a ver si se distrae. Estás invitada.

. Me da mucha pereza.

- Vienen Camarón, Caracol ...Nino Bravo...

- ¿Nino Bravo es de los nuestros? - pregunto atónita

- ¡Pues claro!, Raphael también viene.

- ¿Es...?- se me salen los ojos de las órbitas

- Aún no.

- Joder, pues lo mismo me animo.

- Venga, vente y te traes algún termo de ésos de cosecha especial que tienes.

Esther me guiña un ojo, cierra la puerta del ascensor y se va.

Me asomo por la ventana a ver los últimos coletazos de colores. Me quedo pensando en Teo y en en Rapahel y en Nino Bravo mientras veo a Esther alejarse con su bolsa de Primark en la mano, en un Madrid vacío.









domingo, 23 de febrero de 2020

SÍSTOLE Y DIÁSTOLE

Cuando entro de nuevo en el hospital, bata y todo, aún es de noche y Genaro no es más que una columna humeante a lo lejos. Si tengo mala suerte, pronto encontrarán sus restos y necesitaré  una coartada, alguien que diga que he estado donde no estaba. Ése es Teo.

Habitación 101. Teo duerme con el oxígeno puesto, un sensor en su dedo índice conecta con una máquina que dice que su pulso es normal.



Sin la máquina, el corazón de Teo se desmadraría y entraría en parada. Teo lleva esperando un transplante  algo más de un año. Teo tiene siete y es mi mejor amigo. Por expreso deseo suyo, le pinté la habitación como si fuera el fondo del mar. Entre goteros y máquinas hay una ballena, una sirena, unos cuantos peces, estrellas de mar, un barco hundido, y por su puesto, Nemo. 

Sentada en la silla junto a su cama, vigilo su sueño. Teo tiene unas ojeras profundas alrededor de los ojos.  A las seis y media de la mañana viene una enfermera a darle sus medicinas.

- ¿Cuánto llevas aquí?

- Toda la noche

- Antes no te he visto.

- Salí al baño

- Ha preguntado por tí...no deberías mezclar lo personal con lo profesional, ya sabes... - me dice al salir.

Cuando se va despierto a Teo despacito...

- Teo, Teo...

Teo abre los ojos somñoliento, al verme, aún medio dormido, me abraza. Siento el palpitar de su corazón enfermo contra mi pecho silencioso y vacío.

- ¿Cuánto rato llevas? - me pregunta

- Toda la noche

- Mentira

Se hace el silencio entre nosotros, me mira impávido, serio. Le doy sus pastillas  y las toma obediente.

- ¿Vemos Nemo? - pregunta.

- ¡Vale! - saco su tablet del armario y me recuesto junto a él en el borde de la cama. Pega la oreja a mi pecho.

- No te suena nada, nada... 

- A tí sí - le digo pegando mi oreja al suyo.

- Ya, pero mi  mamá dice que está roto y que necesito uno nuevo. Me lo están buscando.

- Si quieres te consigo uno - es una conversación que siempre acabamos teniendo, y que Teo siempre termina con las mismas palabras.

- Como tú haces no estaría bien...¡mira, ya empieza!...¿Te lo cuento?

- Venga, cuenta....

- Pues los peces pequeños son de color naranja, y tienen unas rayas blancas, y su casa es una medusa rosa, y el mar es azul, el pez grande malo, de los dientes como tú, es metálico y...

Teo y yo. El niño y la vampira. Entre nosotros no hay secretos.





viernes, 21 de febrero de 2020

...Y MUERTE


Las nalgas de Genaro trotan patéticas a la luz de la luna. Al borde del descampado le veo correr mientras hago ejercicios de calentamiento como quien se prepara para una competición deportiva. Miro mis  manos: afinadas, huesudas, casi transparentes. Me quito la bata, me quedo en mayas y camiseta negra. En la mano derecha los alicates y el bisturí, en la izquierda la cinta de carrocero. Dejo el resto del material  junto a la bata, por ahora no me hace falta.

Y echo a correr detrás de Genaro, del mierder que ahorca galgos, del furtivo que mata ciervas preñadas, que tortura zorros con los amigotes, que carga lobos tiroteados en su todo terreno. Hay muchos Genaros en el mundo. Hoy le toca morir a éste.

Alcanzo a Genaro en apenas unos segundos, le zancadilleo y cae al suelo. Me tiro encima de él, mi rodilla en su pecho, intenta apartarme con las manos, pero en un movimiento rápido se las ato a la espalda, también le cubro la boca. Genaro va a  gritar...mucho.

- Genaro, Genaro, eres taaaaan lento. ¿Qué es lo que les hacéis a los galgos para que corran más rápido?

Genaro intenta gritar algo, pego mi oreja a su boca.

- Ahh, les cortáis el quinto dedo. Perdóname Genaro, culpa mía, no me daba cuenta de que te sobran los meñiques.

Sentada encima de su pecho y con los alicates, le corto de cuajo los meñiques de los pies. Le levanto en el aire, le sujeto por el cuello, sus pies sangrantes no tocan tierra. Es la primera vez que su mirada está por encima de la mía. Los ojos se le quieren escapar de la cara.

- ¡ASÍ SINTIÓ  TU GALGO!, ¿ENTIENDES?   ¡CORRE GENARO! - le digo dejándole en tierra.

Genero corre poco y mal, no aguanta de pié, las manos en la espalda tampoco ayudan, se tambalea, cae, se levanta, sus gritos se mueren en la cinta de carrocero.

Le alcanzo de nuevo.  Otra zancadilla.  Me siento a horcajadas encima suya.

- ¡AÑOS CON UN PERRO QUE DARÍA LA VIDA POR TÍ ...! - le estiro el brazo del tatu y al hacerlo le disloco el hombro  -¿¿ LE RAJAS EL CUELLO...?? - le clavo el bisturí, con la punta voy siguiendo, torpemente, el contorno del dibujo - ¿¿...Y LE DEJAS TIRADO EN MEDIO DEL CAMPO DESANGRÁNDOSE?? - le arranco la piel del tatuaje, le levanto de nuevo en el aire, agito el trozo de piel tintada delante de sus ojos - ¡CORRE GENARO! - le grito de nuevo.

Pero Genaro no puede, lloriquea, gime, se desploma, se levanta, cae de nuevo. Va dejando un caminito de sangre que me enciende cada vez más. Me siento asalvajada, depredadora, irracional.

Agarro a Genaro de una pierna y lo arrastro por el descampado, las piedras le dan en la cabeza, le arañan la piel. Le contemplo tirado en el suelo, lloriqueando en el máximo esplendor de lo patético,  no me puede dar más asco. Veo los catorce puntos de sutura del brazo. De todas las veces que lo necesitó, Genaro nunca llevó a su galgo al veterinario.

Ojo por ojo...

De un morisco le arranco los catorce puntos de cuajo. La herida se abre, al principio tímida, hasta que la sangre se abre paso a borbotones. No pienso beber de ahí, ascazo tremendo.

Sigo arrastrando a Genaro hasta el borde de la carretera. Lo pongo en pié, apenas se sostiene. A lo lejos se distinguen las luces de un coche que se acerca a gran velocidad, más de la permitida en esta carretera.  Cuando llega a nuestra altura, doy un fuerte empujón al mierder...se oye un golpe seco, una frenada, Genaro es arrastrado varios metros por el asfalto.

...Diente por diente.

Del coche salen dos ocupantes, dos chicos de unos veinte años, que al ver el cuerpo entre las ruedas de su coche, se echan las manos a la cabeza. Discuten entre ellos y al final suben de nuevo y se dan a la fuga.

Genaro es todo sangre, una marioneta roja deshilachada. Se le ha quedado una postura rara, imposible en un cuerpo que no tuviera mil huesos rotos. Aún respira, le salen unos ruiditos raros por la boca, como de pila atascada, como de gárgaras tristes. Me siento a su lado a esperar que se ahogue en su propia sangre. Sería el momento perfecto para fumarse un piti, pero no fumo desde la guerra civil, que escaseaba el tabaco y aproveché para dejarlo.

- Grub, grub....grub.....grub....gr....b

Hasta nunca Genaro, Que te den. Y grito. Grito alto y fuerte, grito  y los colmillos me brillan en la luna. Grito por los miles de animales que sufren. Y la rabia me ciega la vista, no me queda ni un gris.

Sentada junto al cadáver de Genaro, espero a que se me pase este fundido en negro. Serán unos minutos. Después quemaré este montón de mierda.

Y luego a por Teo, necesito una coartada.















domingo, 9 de febrero de 2020

CAZA

El reloj del pasillo de la segunda planta marca algo más de las dos de la madrugada. Genaro descalzo y yo con mi bata blanca deambulamos por los pasillos. Todo es silencio. A veces lo interrumpe un gemido lejano, alguna conversación en susurros, pero poco más. Genaro y yo no tenemos la misma capacidad auditiva. Los de mi especie la tenemos muy desarrollada, podría oir un alfiler que cayera en el otro lado del pasillo. Esta noche esa cualidad es una ventaja, nos sirve para evitar cualquier encuentro mientras caminamos.  Las cámaras de vigilancia no me preocupan, gracias a los recortes, hace meses que no son más que atrezzo.

Entramos en el almacén. Cojo todo lo que necesito y lo reparto por los bolsillos de mi bata. Genaro, no se atreve a decir nada, me mira de soslayo y si nuestras miradas se cruzan agacha la cabeza, igual que hacía su galgo. Me pregunto que habrá sido de él. Necesito que Genaro entienda.

Y que pague. 

Esta noche el karma soy yo. 

Con los bolsillos de la bata abultados y Genaro cogido por la nuca, me meto en el ascensor. Quiero salir a la calle, detrás del hospital hay un gran descampado, perfecto para que Genaro se eche unas carreras. Evitamos la salida principal, (demasiado amplia y luminosa) y salimos por Consultas Externas, a esta hora casi fantasmagórica.  Deduzco que hace frío porque Genaro tiembla. ¿O es miedo?

Genaro y yo, por fin al borde del descampado, de espaldas. somos casi una postal romántica. Ella y él, recortados contra el horizonte en silencio. Sólo que tengo al mierder éste cogido por el cuello, sólo que le tengo clavadas las uñas y le  debe de doler porque le he hecho agujero y gotea sangre.  Y me da igual. O todo lo contrario.

- ¿Cómo se llamaba tu galgo?

Genaro me mira de reojo.

- No tenía nombre....no sé

- ¿A cuántos galgos les has rajado el cuello?

- No sé....

- ¿Y ahorcado?

- No sé....

Le desclavo las uñas del cuello, le agarro de los mofletes y doblo las rodillas para que su mirada y la mía estén a la misma altura. Aunque pudiera ver en colores, estoy segura de que la cara de Genaro sería gris. Por humanos como él no encuentro la paz, por humanos como él, no me reconcilio con el mundo. Por humanos como él, mato.

- Quítate la ropa.

- Pero...

Le doy un cabezazo en la nariz, se la rompo, la sangre empieza a resbalar hacia el labio y casi al tiempo, me empiezan a asomar los colmillos. 

- ¡REGLA NÚMERO UNO!, le grito como si Genaro fuera un cadete en su primer día de servicio militar

Genaro ha visto mis colmillos, se desviste aterrorizado, se persigna (como si su Dios fuera a servirle de algo). Genaro en pelotas no es nada, le miro en toda su extensión ridícula.  Unas piernas enclenques, una barriga estúpida, un culo feo y plano. En una brazo los catorce puntos de sutura, en el antebrazo del otro, un viejo tatuaje: dos escopetas cruzadas y la cabeza de un corzo en el medio.



- Ese tatuaje va fuera, Genaro, es como el chip de tu perro, ¿entiendes? ...

He entrado en un estado de hiper-actividad, es por el olor de la sangre. Estoy sobre-excitada, contenta, saltarina. Hablo, acorralándole en círculos, cambiando de dirección, saco el bisturí de la bata...lo poco que queda racional en mí me abandona. La piel se me afina, se me pega al cuerpo, el mapa de venas y arterias se muestra, se me marcan los huesos. Soy una yonki a punto de darse un homenaje.

...¿entiendes?...te voy a dar ventaja Genaro, cuando yo te diga, sales corriendo, como tu perro, si no te alcanzo,  ganas....pero si te cojo, si te cojo Genaro....si te cojo te arranco el tatu con el bisturí, ¿lo pillas?

Genaro asiente.


- ¡CORREEEEE!!!!