miércoles, 8 de abril de 2020

SALLY


Madrid, quince de agosto de mil ochocientos noventa y tres, fiestas de La Paloma.


Eduardo tiene diecisiete años y a pesar de su juventud es ya  un feriante experimentado. Locuaz y ocurrente tiene un comentario simpático para todo el que entra a su puesto de feria. Mientras atiende a los curiosos,  me mira. Me mira todo el rato y a mí me gusta esa pelusa encima del labio superior. Me gustan esos ojos grandes que se comen el mundo, y que es alto. Y  que me mira, éso es lo que más me gusta de todo.

Mi padre, mientras, recorre la carpa fascinado. Se detiene delante de las figuras de cera, les pasa la mano por delante de los ojos, esperando una reacción, un pestañeo. Aunque disimulo, a mí  me dan miedo. Pálidas, rígidas, casi humanas pero sin corazón, hoy las recuerdo como  una especie de premonición de lo que llegaré a ser algún día.

- Es la última vez que las traemos - nos dice un hombre de vestimenta peculiar - ésto ya no vende.

Pantalón, chaqueta y chaleco de terciopelo granate, el hombre se presenta como Eduardo Jimeno Peromarta. Estrecha la mano de mi padre, a mí me dedica un pequeño gesto. 

-  Antes todo el mundo quería ver las figuras pero cada vez interesan menos. Me da pena tirarlas por ahí, son casi como de la familia, ¿saben?. Mi mujer les hace los trajes. Se ha quedado en casa, en Zaragoza, de recién casados íbamos juntos a todas partes pero ahora...usted ya me entiende - le dice a mi padre.-

Mientras habla nos conduce a una zona aparte dentro de la carpa. Es un pequeño recinto separado del principal por una gran cortina del mismo terciopela granate que su traje. En seguida comprendo que la vida de los Jimeno es mucho más precaria de lo que pueda parecer a simple vista.

- Ésto es el futuro - dice dándonos paso..

Delante de nosotros, repartidos por la sala, una variedad de artefactos de distintos tamaños y formas que reconozco de inmediato. Los he visto en los periódicos y revistas que mi padre se hace llegar de Inglaterra y Francia: cajas ópticas, una linterna mágica, hasta un fusil fotográfico. Y la maravilla de las maravillas, un invento que aún tardaría en patentarse algo más de un año: el kinetoscopio.

-  ¿Puedo? - pregunto con entusiasmo

- Adelante  -

Acaricio el mueble, he visto ilustraciones  en la revista Blanco y Negro,  sé lo que es, para qué sirve. Me asomo al visor de la parte superior y ahí está,  trotando al galope, la yegua Sally. Veinte segundos de película.




Son los primeros pasos del cine.

El amor de mi vida se llamaba Eduardo Jimeno Correas, es el hijo de este Eduardo de traje de terciopelo. Años más tarde, irán a Lyon a comprar un cámara a los hermanos Lumiere. Una cámara que compran con el dinero que he ahorrado a lo largo de mi vida. Una cámara con la que pasarán a la historia del cine.

miércoles, 18 de marzo de 2020

ESTHER



No sé cuantos días seguidos he dormido, ni la hora qué es. Matar cansa.

Iba a desayunarme un termo de A negativo cuando han llamado a la puerta. Por la mirilla veo una mujer más bien bajita, pelirroja, gafas de pasta, muy seria. Sabe que estoy mirando y del bolsillo trasero de su pantalón saca una placa de la policía nacional que  muestra frente a la puerta. No me queda otra que abrir.

- Buenos días, ¿le pued....

La policía secreta no espera mi respuesta y se me cuela hasta el salón. Lo inspecciona todo con la mirada: mi cuadro de Picasso, las fotos antiguas,  su mirada se posa en el termo encima de la mesa. 

- ¿Me invitas a desayunar? - 

- Qué remedio, Esther, qué remedio  - le digo cerrando la puerta.

De la cocina le traigo otro termo, de cero positivo, que se que le encanta. Le llevo éso y unas galletas María Fontaneda, por gastarle una broma. y romper el hielo.

- Déjate de galletas que vengo de visita oficial. Enciende la tele.

Obedezco y en todos los canales veo lo mismo: cuatro ministros muy serios y detrás unos señores militares más serios todavía. 

- ¿Ha pasado algo? - estaba esperando que de una manera u otra hablasen de mí.  Han tenido que encontrar los cuerpos de Jessi/Hortensia y compañía pero... lo que veo es una comparecencia de ministros. De los cuatro que están, tres son de los nuestros.  ¿Qué ha pasado en este país durante mis días de siesta?

- Covid -19,  Coronavirus - me cuenta Esther - Antes se nos ocurrían nombres más bonitos: viruela, cólera, gripe española...

- Sida...

- No, no, lo del Sida no fue cosa nuestra. Vino a vernos el Cardenal Ratzinger pidiendo un virus para eliminar a los gays y la idea no nos gustó nada, ...lo sabes de sobra, te lo he contado mil veces. No me distraigas.

- ¿Ésto lo hemos montado nosotros?


-Mitad nosotros, mitad ellos.  Nos beneficia a las dos partes. - Esther le da un sorbo al termo y se relame unos colmillos blancos , perfectos - riquísima esta sangre...qué bien te cuidas, hija.

Seguimos escuchando la comparecencia, a la señora ministra le asoma la petaca por el bolsillo de la chaqueta. Esther también se ha dado cuenta.

- Esta mujer....de donde no hay....

- Aún no me has dicho a que has venido.

- Vamos a aprovechar este jaleo para destruir pruebas de que existimos. En el CNI están trabajando a marchas forzadas eliminando expedientes, evidencias, testimonios...muchos de los contagiados son gente corriente que sabe demasiado. Algunos de los nuestros se han ido de la lengua. ¿No le habrás dicho a nadie, algún amigo...?

Pienso en Teo.

- No digas tonterías, no tengo amigos y lo sabes.

- Tenías tres amigas que has dejado secas en un cuarto de baño del Barrio de las Letras. - me reprocha Esther.

- Esas no contaban como amigas, me hicieron perder los papeles y ...

- Y te fuiste sin limpiar. Sabes que tenemos un grupo de wasap para estos casos.

- No me acostumbro a las nuevas tecnologías.

Se hace el silencio entre nosotras. Esther se relame los colmillos. La miro apurando el último sorbito del termo y recuerdo cuando nos conocimos en Paris, una noche de juerga con Picasso, que entonces era un pipiolo.

- Tienes que parar. Tienes termos para tirar una temporada, y si necesitas algo lo pides. No salgas a la calle, no levantes sospechas.

- Pues entonces, debería estar en el hospital.

- Ya no. Hemos "trasladado" tu expediente.  No figuras en ninguna parte, no hay registros tuyos en ningún sitio. No existes. Te estamos dando la oportunidad de empezar de cero. 

- ¿Y las cámaras de seguridad?

-No queda nada.

-A los humanos, ¿de qué les sirve todo éste jaleo?

- Lo mismo de siempre, hija. Los ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, sobreviviendo con menos y encima dando gracias, ya sabes.

Nos quedamos mudas frente al televisor. El silencio fácil de los que se conocen tanto que no necesitan hablar.

 - ¿Sigues viendo todo gris?

- En cuanto se me pase el efecto del termo....¿a tí te sigue bajando la regla?

- Cada veintiocho días. No lo entiendo. Es peor que lo tuyo, ya me dirás.

Esther me mira con esos ojos de niña chica, niña mala que se le ponen a veces.

- ¿Me dejas probarme el Paco Rabanne?

- ¡Claro! -

En el vestidor Esther acaricia la ropa, cierra los ojos, la huele. Descuelga el Rabanne prometido y se lo prueba. Me mira con lágrimas en los ojos.

- Echo de menos los espejos.

- Estás guapísima, te lo prometo. Anda llévatelo, te lo regalo, te queda mejor que a mí.

Me abraza impulsiva, algo que no hacemos mucho los de mi especie.

- Me tengo que ir - me dice deshaciendo el abrazo. - Al salir del vestidor sus ojos se posan en una gran bolsa transparente que cuelga de una percha. Dentro está mi vestido de novia. - ¿No vas a dejar Madrid, verdad?

- No. 

Acompaño a Esther a la puerta. Se lleva su vestido en una bolsa del papel del Primark.

- Todo ésto que está pasando, me gusta tan poco como a tí, pero nos va a venir bien, créeme. Te has librado por los pelos de la policía, aprovecha para empezar de cero, mézclate más con nosotros y menos con ellos. No tienes que trabjar, no te hace falta. Y cambia de casa.

No contesto, pienso en Teo, enfermo, más en riesgo que nunca.

- Hay algo que tengo que hacer....

- No te metas en líos

- ... y a lo mejor necesito tu ayuda, por los viejos tiempos.

- Hablando de viejos - me dice Esther ya en el ascensor - ¿sabes que Elvis anda por Madrid, no?

- ¿Qué dices?

- Si hija, sí. Lo tenemos escondido en Casa de América,  como la última vez. Está que se sube por las paredes, como no puede volver a Memphis... en fin que le hemos organizado una fiesta, a ver si se distrae. Estás invitada.

. Me da mucha pereza.

- Vienen Camarón, Caracol ...Nino Bravo...

- ¿Nino Bravo es de los nuestros? - pregunto atónita

- ¡Pues claro!, Raphael también viene.

- ¿Es...?- se me salen los ojos de las órbitas

- Aún no.

- Joder, pues lo mismo me animo.

- Venga, vente y te traes algún termo de ésos de cosecha especial que tienes.

Esther me guiña un ojo, cierra la puerta del ascensor y se va.

Me asomo por la ventana a ver los últimos coletazos de colores. Me quedo pensando en Teo y en en Rapahel y en Nino Bravo mientras veo a Esther alejarse con su bolsa de Primark en la mano, en un Madrid vacío.









domingo, 23 de febrero de 2020

SÍSTOLE Y DIÁSTOLE

Cuando entro de nuevo en el hospital, bata y todo, aún es de noche y Genaro no es más que una columna humeante a lo lejos. Si tengo mala suerte, pronto encontrarán sus restos y necesitaré  una coartada, alguien que diga que he estado donde no estaba. Ése es Teo.

Habitación 101. Teo duerme con el oxígeno puesto, un sensor en su dedo índice conecta con una máquina que dice que su pulso es normal.



Sin la máquina, el corazón de Teo se desmadraría y entraría en parada. Teo lleva esperando un transplante  algo más de un año. Teo tiene siete y es mi mejor amigo. Por expreso deseo suyo, le pinté la habitación como si fuera el fondo del mar. Entre goteros y máquinas hay una ballena, una sirena, unos cuantos peces, estrellas de mar, un barco hundido, y por su puesto, Nemo. 

Sentada en la silla junto a su cama, vigilo su sueño. Teo tiene unas ojeras profundas alrededor de los ojos.  A las seis y media de la mañana viene una enfermera a darle sus medicinas.

- ¿Cuánto llevas aquí?

- Toda la noche

- Antes no te he visto.

- Salí al baño

- Ha preguntado por tí...no deberías mezclar lo personal con lo profesional, ya sabes... - me dice al salir.

Cuando se va despierto a Teo despacito...

- Teo, Teo...

Teo abre los ojos somñoliento, al verme, aún medio dormido, me abraza. Siento el palpitar de su corazón enfermo contra mi pecho silencioso y vacío.

- ¿Cuánto rato llevas? - me pregunta

- Toda la noche

- Mentira

Se hace el silencio entre nosotros, me mira impávido, serio. Le doy sus pastillas  y las toma obediente.

- ¿Vemos Nemo? - pregunta.

- ¡Vale! - saco su tablet del armario y me recuesto junto a él en el borde de la cama. Pega la oreja a mi pecho.

- No te suena nada, nada... 

- A tí sí - le digo pegando mi oreja al suyo.

- Ya, pero mi  mamá dice que está roto y que necesito uno nuevo. Me lo están buscando.

- Si quieres te consigo uno - es una conversación que siempre acabamos teniendo, y que Teo siempre termina con las mismas palabras.

- Como tú haces no estaría bien...¡mira, ya empieza!...¿Te lo cuento?

- Venga, cuenta....

- Pues los peces pequeños son de color naranja, y tienen unas rayas blancas, y su casa es una medusa rosa, y el mar es azul, el pez grande malo, de los dientes como tú, es metálico y...

Teo y yo. El niño y la vampira. Entre nosotros no hay secretos.





viernes, 21 de febrero de 2020

...Y MUERTE


Las nalgas de Genaro trotan patéticas a la luz de la luna. Al borde del descampado le veo correr mientras hago ejercicios de calentamiento como quien se prepara para una competición deportiva. Miro mis  manos: afinadas, huesudas, casi transparentes. Me quito la bata, me quedo en mayas y camiseta negra. En la mano derecha los alicates y el bisturí, en la izquierda la cinta de carrocero. Dejo el resto del material  junto a la bata, por ahora no me hace falta.

Y echo a correr detrás de Genaro, del mierder que ahorca galgos, del furtivo que mata ciervas preñadas, que tortura zorros con los amigotes, que carga lobos tiroteados en su todo terreno. Hay muchos Genaros en el mundo. Hoy le toca morir a éste.

Alcanzo a Genaro en apenas unos segundos, le zancadilleo y cae al suelo. Me tiro encima de él, mi rodilla en su pecho, intenta apartarme con las manos, pero en un movimiento rápido se las ato a la espalda, también le cubro la boca. Genaro va a  gritar...mucho.

- Genaro, Genaro, eres taaaaan lento. ¿Qué es lo que les hacéis a los galgos para que corran más rápido?

Genaro intenta gritar algo, pego mi oreja a su boca.

- Ahh, les cortáis el quinto dedo. Perdóname Genaro, culpa mía, no me daba cuenta de que te sobran los meñiques.

Sentada encima de su pecho y con los alicates, le corto de cuajo los meñiques de los pies. Le levanto en el aire, le sujeto por el cuello, sus pies sangrantes no tocan tierra. Es la primera vez que su mirada está por encima de la mía. Los ojos se le quieren escapar de la cara.

- ¡ASÍ SINTIÓ  TU GALGO!, ¿ENTIENDES?   ¡CORRE GENARO! - le digo dejándole en tierra.

Genero corre poco y mal, no aguanta de pié, las manos en la espalda tampoco ayudan, se tambalea, cae, se levanta, sus gritos se mueren en la cinta de carrocero.

Le alcanzo de nuevo.  Otra zancadilla.  Me siento a horcajadas encima suya.

- ¡AÑOS CON UN PERRO QUE DARÍA LA VIDA POR TÍ ...! - le estiro el brazo del tatu y al hacerlo le disloco el hombro  -¿¿ LE RAJAS EL CUELLO...?? - le clavo el bisturí, con la punta voy siguiendo, torpemente, el contorno del dibujo - ¿¿...Y LE DEJAS TIRADO EN MEDIO DEL CAMPO DESANGRÁNDOSE?? - le arranco la piel del tatuaje, le levanto de nuevo en el aire, agito el trozo de piel tintada delante de sus ojos - ¡CORRE GENARO! - le grito de nuevo.

Pero Genaro no puede, lloriquea, gime, se desploma, se levanta, cae de nuevo. Va dejando un caminito de sangre que me enciende cada vez más. Me siento asalvajada, depredadora, irracional.

Agarro a Genaro de una pierna y lo arrastro por el descampado, las piedras le dan en la cabeza, le arañan la piel. Le contemplo tirado en el suelo, lloriqueando en el máximo esplendor de lo patético,  no me puede dar más asco. Veo los catorce puntos de sutura del brazo. De todas las veces que lo necesitó, Genaro nunca llevó a su galgo al veterinario.

Ojo por ojo...

De un morisco le arranco los catorce puntos de cuajo. La herida se abre, al principio tímida, hasta que la sangre se abre paso a borbotones. No pienso beber de ahí, ascazo tremendo.

Sigo arrastrando a Genaro hasta el borde de la carretera. Lo pongo en pié, apenas se sostiene. A lo lejos se distinguen las luces de un coche que se acerca a gran velocidad, más de la permitida en esta carretera.  Cuando llega a nuestra altura, doy un fuerte empujón al mierder...se oye un golpe seco, una frenada, Genaro es arrastrado varios metros por el asfalto.

...Diente por diente.

Del coche salen dos ocupantes, dos chicos de unos veinte años, que al ver el cuerpo entre las ruedas de su coche, se echan las manos a la cabeza. Discuten entre ellos y al final suben de nuevo y se dan a la fuga.

Genaro es todo sangre, una marioneta roja deshilachada. Se le ha quedado una postura rara, imposible en un cuerpo que no tuviera mil huesos rotos. Aún respira, le salen unos ruiditos raros por la boca, como de pila atascada, como de gárgaras tristes. Me siento a su lado a esperar que se ahogue en su propia sangre. Sería el momento perfecto para fumarse un piti, pero no fumo desde la guerra civil, que escaseaba el tabaco y aproveché para dejarlo.

- Grub, grub....grub.....grub....gr....b

Hasta nunca Genaro, Que te den. Y grito. Grito alto y fuerte, grito  y los colmillos me brillan en la luna. Grito por los miles de animales que sufren. Y la rabia me ciega la vista, no me queda ni un gris.

Sentada junto al cadáver de Genaro, espero a que se me pase este fundido en negro. Serán unos minutos. Después quemaré este montón de mierda.

Y luego a por Teo, necesito una coartada.















domingo, 9 de febrero de 2020

CAZA

El reloj del pasillo de la segunda planta marca algo más de las dos de la madrugada. Genaro descalzo y yo con mi bata blanca deambulamos por los pasillos. Todo es silencio. A veces lo interrumpe un gemido lejano, alguna conversación en susurros, pero poco más. Genaro y yo no tenemos la misma capacidad auditiva. Los de mi especie la tenemos muy desarrollada, podría oir un alfiler que cayera en el otro lado del pasillo. Esta noche esa cualidad es una ventaja, nos sirve para evitar cualquier encuentro mientras caminamos.  Las cámaras de vigilancia no me preocupan, gracias a los recortes, hace meses que no son más que atrezzo.

Entramos en el almacén. Cojo todo lo que necesito y lo reparto por los bolsillos de mi bata. Genaro, no se atreve a decir nada, me mira de soslayo y si nuestras miradas se cruzan agacha la cabeza, igual que hacía su galgo. Me pregunto que habrá sido de él. Necesito que Genaro entienda.

Y que pague. 

Esta noche el karma soy yo. 

Con los bolsillos de la bata abultados y Genaro cogido por la nuca, me meto en el ascensor. Quiero salir a la calle, detrás del hospital hay un gran descampado, perfecto para que Genaro se eche unas carreras. Evitamos la salida principal, (demasiado amplia y luminosa) y salimos por Consultas Externas, a esta hora casi fantasmagórica.  Deduzco que hace frío porque Genaro tiembla. ¿O es miedo?

Genaro y yo, por fin al borde del descampado, de espaldas. somos casi una postal romántica. Ella y él, recortados contra el horizonte en silencio. Sólo que tengo al mierder éste cogido por el cuello, sólo que le tengo clavadas las uñas y le  debe de doler porque le he hecho agujero y gotea sangre.  Y me da igual. O todo lo contrario.

- ¿Cómo se llamaba tu galgo?

Genaro me mira de reojo.

- No tenía nombre....no sé

- ¿A cuántos galgos les has rajado el cuello?

- No sé....

- ¿Y ahorcado?

- No sé....

Le desclavo las uñas del cuello, le agarro de los mofletes y doblo las rodillas para que su mirada y la mía estén a la misma altura. Aunque pudiera ver en colores, estoy segura de que la cara de Genaro sería gris. Por humanos como él no encuentro la paz, por humanos como él, no me reconcilio con el mundo. Por humanos como él, mato.

- Quítate la ropa.

- Pero...

Le doy un cabezazo en la nariz, se la rompo, la sangre empieza a resbalar hacia el labio y casi al tiempo, me empiezan a asomar los colmillos. 

- ¡REGLA NÚMERO UNO!, le grito como si Genaro fuera un cadete en su primer día de servicio militar

Genaro ha visto mis colmillos, se desviste aterrorizado, se persigna (como si su Dios fuera a servirle de algo). Genaro en pelotas no es nada, le miro en toda su extensión ridícula.  Unas piernas enclenques, una barriga estúpida, un culo feo y plano. En una brazo los catorce puntos de sutura, en el antebrazo del otro, un viejo tatuaje: dos escopetas cruzadas y la cabeza de un corzo en el medio.



- Ese tatuaje va fuera, Genaro, es como el chip de tu perro, ¿entiendes? ...

He entrado en un estado de hiper-actividad, es por el olor de la sangre. Estoy sobre-excitada, contenta, saltarina. Hablo, acorralándole en círculos, cambiando de dirección, saco el bisturí de la bata...lo poco que queda racional en mí me abandona. La piel se me afina, se me pega al cuerpo, el mapa de venas y arterias se muestra, se me marcan los huesos. Soy una yonki a punto de darse un homenaje.

...¿entiendes?...te voy a dar ventaja Genaro, cuando yo te diga, sales corriendo, como tu perro, si no te alcanzo,  ganas....pero si te cojo, si te cojo Genaro....si te cojo te arranco el tatu con el bisturí, ¿lo pillas?

Genaro asiente.


- ¡CORREEEEE!!!!


viernes, 31 de enero de 2020

FURTIVA


Genaro  y yo estamos sentados al borde de la cama, uno al lado del otro, una parejita en un banco de un parque cualquiera. Genaro sostiene su ropa encima del regazo con un mano, con la otra se agarra a la barra que porta el suero.

- ...es que no lo entiendo Genaro,  rajarle el cuello a un animal que daría la vida por tí... ni yo sería capaz de algo así...pero si hasta les cortáis los dedos para que corran más rápido. Luego la bruta soy yo...bueno, venga, a vestirse. - le animo con un par de palmaditas en la pierna.

- No creo yo que sean horas.... ya si eso, cuando me den el alta,  nos vamos pal pueblo....

Le remango la manga del pijama y le arranco de cuajo la palomilla de la vena.

- Ea, el alta, ya la tienes.

Genaro se me pone chulo, se levanta, se me encara, hace amago de ir a darme un bofetón. Una cosa patética. Le sostengo la mano en el aire, de pié los dos, el furtivo no me llega ni a la barbilla. Me mira a la cara amenazante, como si este gesto le hubiera funcionado otras veces, como si  un golpe  y una mirada hubieran sido suficientes para que se hiciese su voluntad. Presiono su muñeca y el dolor le hace sentarse, debajo de mis dedos noto como le he hundido dos huesos carpianos.

- Aaaayyy - se queja- ¡Voy a poneh un queha al hospital!, ¡ar paro ti voy a mandah zorra!

Le doy una colleja tremenda con la palma de la mano en mitad de la nuca. El imbécil me saca de quicio pero me tengo que calmar, no puedo perder los papeles, ésto me tiene que durar hasta el amanecer y aún quedan varias horas.  Lo tengo todo pensado, cuando termine tengo que ir a ver a Teo, será mi coartada. Me duele usarle así, pero hoy estoy teniendo  un día...no puedo seguir improvisando.

- Regla número uno: aquí solo hablo yo.

- ¡Tas loca, hija de p..

Otro palmetazo en medio de la boca. Un zas, rápido, como si tuviera un mosquito invisible entre la nariz y el labio.

- Regla número dos: si no obedeces, cobras.

- ¡Cago en tus muertos! - Genaro hace amago de levantarse. Se cree rápido, se cree fuerte, pero no es nada. Con la bata del hospital y el culo al aire, descalzo, sin escopeta ni amigotes, el furtivo no es más que un montón de mierda que habla.  Le agarro de la nuca, para que empiece a entender, le clavo las uñas en el cuello, se las hundo, (siento la carne romperse a su paso), tiro hacia abajo, el dolor le obliga, una vez más, a sentarse.

- Vístete.

Saco mis uñas de su cuello, ya con la ropa puesta hace amago de alcanzar sus botas de debajo de la cama.

-  No. - le digo

- ¿No?, Er suelo ta mu frío, me voy a cog...

Le cae, en medio de la boca, otro palmetazo matamosquitos.

- ¿Regla número uno? - le recuerdo - Ahora vamos a salir de aquí despacito y en silencio, sin llamar la atención,  tenemos que ir al almacén. ¿Tienes buena memoria?

El furtivo asiente.

- Pues hazte una nota mental, necesito:  bisturí,  alicates, alcohol, un mechero y cinta de carrocero.  Verás qué bien.

En Genaro ya empiezo a encontrar lo que andaba buscando: la mirada huidiza, la cabeza gacha, el temblor de las piernas...aún le quedan otras cosas que experimentar pero se puede decir que Genaro empieza a sentirse  galgo.


sábado, 25 de enero de 2020

GALGO


No sé nada del paciente de la 205. No me he leído su historial, no he hablado con ningún médico de planta, ni ningún especialista, no lo necesito.  Me sobran las pruebas, los rayos x y las analíticas.  Eso lo hago yo por mi cuenta en dos minutos.

Quiero recalcar que como enfermera de paliativos me tomo mi trabajo muy en serio, soy metódica , creativa y no dejo las tareas a medias. Y sigo los protocolos al pié de la letra.

MIS protocolos.

El señor de la 205 balbucea algo en sueños, es posible que se le esté pasando el efecto de los calmantes. Le toco el hombro y le despierto. Está algo desorientado, me mira con recelo pero se le pasa al reconocer mi bata blanca.

- Ahhh, enfermera, qué bien que esté aquí. Necesito un calmante... - se señala el antebrazo - 

- ¿Puntos de sutura? - pregunto.

- Catorce -contesta orgulloso.

- ¿Trabajando? - le ofrezco con desgana un blister de Paracetamol que saco del bolsillo de la bata y un vaso de agua de encima de la mesilla.

- No, no, no, de montería...de caza....

- ¿Es usted cazador? - le pregunto curiosa. El tema me interesa, me siento a los pies de su cama.

- Sí...

- Yo también - le digo con una sonrisa de oreja a oreja.- 

El cazador me extiende la mano buena, la manga del pijama deja asomar un viejo tatuaje que le sube por el brazo. Yo le extiendo también la mía. 

- Genaro - se presenta, mientras me estrecha la mano feliz - ¡jodo, qué manos tan frías!.

- ¿Caza mayor o menor, Genaro?

Antes de contestar, registra la habitación con la mirada, como si estuviéramos rodeados de gente, y dice bajito:

- Lo que haiga, y to´l año....usted ya me entiende.

- Es usted furtivo.

Genaro asiente con la cabeza.

- Yo también 

- ¡Cago en el copón! - se alegra mi nuevo ..."amigo" - ¡la primera furtiva que conozco!

- Y ¿la herida, Genaro?

Genaro vuelve al susurro: - Ná, el galgo, que ya no me sirve pa`na, ....antes era más fácil, pero ahora con el micro-chí y eso...pos hay que quitalo ... ¿comprende?

- No sé Genaro, no sé si le comprendo.


- Tengo yo un chuchillo que llevo en la zamarra pa´stas cosas, y al ir a sacarle el chí al perro, me sa revuelto, y el mu cabrón ma tirao una tarascá que por casi me deja lisiao.


- Ya.....y ¿el perro?


-Sa salío corriendo campo través ... mu lejos no ha llegao, le salía sangre por el cuello, como a un gorrino, joputa el galgo.



- Genaro, Genaro...¿usted sabe que la caza es deporte, verdad?

- Deporte, deporte es...

- Genaro, para ser usted deportista, le sobran unos kilitos, ¿eh? - le digo palmeándole la barriga, con cierta fuerza.

A Genaro le desconcierta un pelín mi gesto de confianza.

- Vístase Genaro, que vamos a practicar deporte - le digo mientras abro el armario metálico que hay a los pies de su cama.

- ¿Cómo deporte?, ¿ónde?, ¿a estas horas?

Le tiro a la cara uno viejos pantalones de tergal, una camisa azul algo raída por los codos y un chaleco de punto.

- Vamos a jugar a galgos y furtivos, Genaro

                                                       .aquí,
                                           
                                                      en el hospital,



                                                                AHORA.







viernes, 17 de enero de 2020

HABITACIÓN 205

Ya en el Severo Ochoa y vestida de enfermera deambulo por el hospital. Aquí intento pasar desapercibida. No tengo amigos entre el personal, sólo entre mis pacientes. Total, se van a morir de todas formas.

Son casi las doce de la noche. Hago mi ronda habitual. No suelo alimentarme aquí, sería como comer pan rancio, yoghurt caducado o pescado a punto de pocharse. Aquí dentro todo es zumo en tetra-brik, fuera está el Vega Sicilia. Pero me lo paso tan bien jugando a médicos y enfermeras...

Camino por los pasillos, asomo la cabeza en alguna que otra habitación. De pronto, me llega a la nariz el olorcito a paciente recién ingresado, a herida fresca, a puntos de sutura de menos de veinticuatro horas.

Dejo que mi olfato me guíe.

Habitación 205....abro la puerta sigilosa....sí, aquí es. Hay tres camas, dos de ellas vacías, la tercera, junto a la ventana, la ocupa un hombre de unos sesenta  años, pelo muy corto, casi blanco. La sábana deja adivinar una barriga prominente. Olfateo el ambiente: urea y creatinina altas, colesterol extrañamente bajo, fumador...no, no, no....no está aquí por éso.

Me concentro, cierro los ojos, se me abren las aletas de la nariz, ahhh....el olor que me ha llegado desde el pasillo viene de una herida fresca, recién cosidita ....A positivo....del ciencuenta y ocho, año arriba, año abajo, no suelo equivocarme.

Entro y cierro la puerta detrás de mí.



Duerme como un angelito.

Pobre.



sábado, 11 de enero de 2020

DOS ENTRADAS

Madrid, quince de agosto de mil ochocientos noventa y tres,  fiestas de la Paloma.

Mi padre se ha empeñado en que caminemos, junto con otros muchos madrileños, detrás de la imagen de la Vírgen.

Me duelen los pies y me aburro.

Me lleva cogida de la mano, le pone paciencia y buen humor a mi cara enfurruñada. A mis quince años, me considero una solterona. Mis mejores amigas tienen novio, o por lo menos alguien con quien besarse a escondidas en los soportales. La mayor de mis primas tiene veinte años y ya espera su segundo hijo. Está casada con un barbero que le dobla la edad y los veranos los pasan en una pequeña finca en Cuatro Caminos. Y yo me muero de envidia.

Mi padre dice que no tenga prisa, que lo bueno se hace esperar, como le paso a él con mi madre. Siempre que mi padre habla de mi madre, añade "que en gloria esté" y se persigna. Cuando habla de mi madrastra también se persigna, pero creo que por razones bien distintas. Yo la detesto en silencio. Siempre lleva puesto en la cara un gesto de desagrado, como si un constante olor a mierda la llegara a la nariz.

Aparte de mi  desgana, me he portado razonablemente bien caminando detrás de la estampita, (ya por entonces, me acompañaba un ateísmo beligerante), así que al terminar la procesión, mi padre me lleva a la feria instalada en la Plaza de la Cebada. Allí vendedores ambulantes y feriantes llegados de toda España han montada diferentes templetes, tiendas de campaña y barracas. Una de ellas anuncia figuras de cera y una colección de los más increíbles aparatos de efectos ópticos traídos de Francia. Curioso como es, mi padre no puede resistir la tentación y compra dos entradas. Dos entradas que le vende un hombre joven, más bien un crío, vestido con un traje que le queda grande y un bombín de paño negro, brillante por el uso.

El muchacho se llama Eduardo y yo aún conservo las dos entradas.





viernes, 3 de enero de 2020

MADRID

Nací en mil  ochocientos setenta y ocho, en un Madrid que ya no existe. Un Madrid más duro, pero también más inocente, donde la palabra dada contaba tanto como la firma de un documento, donde a los padres se les hablaba de usted y las promesas de amor se cumplían. O por lo menos eso creí.

Aquí nos conocimos.

Aquí nos enamoramos.

Aquí estuve a punto de matarle varias veces. De convertirle en ...esta cosa que soy, esta muerta en vida, este vivir sin fin y sin consecuencias. A punto estuve de condenarle a esta soledad salvaje y apátrida.

Y sin embargo me conformé con espiarle, seguirle, protegerle. Sentada a los pies de su cama, vigilaba su sueño. Lo que él creía que eran un montón de ideas brillantes que le venían mientras dormía, no eran otra cosa que mis labios en su oído. Le susurraba inventos,  avances tecnológicos, ideas, información que supo aprovechar para convertir su vida de feriante de pueblo, en la de un hombre que pasó a la Historia.

Tanto le quise que le dejé enamorarse de nuevo. La noche antes de su boda, mientras él dormía plácidamente, planché su traje de novio, el mismo traje que mandó hacer para nuestra boda. A media que su camisa quedaba lisa, se me fue arrugando el corazón.


Bajo la protección de la sombra frondosa de unos árboles, vi al amor de mi vida salir de la Iglesia de los Jerónimos, casado con otra.

Se llamaba Eduardo. Mi nombre ya no importa.